¡Muy buenos días a todos!

Hoy comienzo este post tratando un tema sobre el que hace mucho me apetecía escribir.

Quiero compartir con ustedes qué significa verdaderamente sentir, ese verbo cuyo gran significado parece que hemos olvidado. En esta ocasión, voy a contaros mi propia experiencia personal para que así me pueda hacer entender mejor.

Me he planteado qué era esto de sentir a raíz de un momento crucial en mi vida. Durante mi adolescencia y primera etapa como mujer adulta creía tenerlo todo. Un montón de amigos, una mejor amiga, estaba estudiando la carrera que quería, salía y entraba cuando quería y estaba enamorada de mi, por aquel entonces, novio perfecto. Todo parecía ir a las mil maravillas hasta que, casi se podría decir que de un día para otro, me vi sin mi mejor amiga y sin mi novio. Si a eso le sumas que era la época de exámenes y que venía el verano… me vi muy sola, realmente sola.

Por una serie de circunstancias, decidí que lo mejor era sacar a esas personas de mi vida. Siempre he tenido claro que cuando algo o alguien no te aporta, entonces es mejor apartarlo.

En este período de soledad entré en un bucle de depresión, auto-flagelación y culpabilidad negándome a todo lo que me hiciera sentir bien.

 

No era capaz de establecer ningún tipo de relación, ni de amistad y ni qué decir, de pareja. Lo que durante mi adolescencia había vivido como sensaciones de muchas subidas (adrenalina, euforia, mariposas en el estómago, amor) y también de muchas bajadas (vergüenza, arrepentimiento, desconfianza, decepción) ahora de repente no sentía ni frío ni calor, ni las cosas buenas ni las cosas malas. Mi vida se había convertido en una línea plana similar a cuando tu corazón ha dejado de latir. Estaba muerta en vida.

Se puede decir que me acostumbré a vivir así.

Con el tiempo volví a entablar relación con nuevas personas y fui poco a poco abriéndome, pero siempre desde el vacío. Cuanfo intentaba recuperar un poco de chispa en mi vida, trataba de volver a buscar experiencias que me aportaran de nuevo esos picos de subida, de adrenalina.

Este tipo de conducta era la que me hacía estar cada vez más desconectada de mí misma. Buscaba en todo momento un chaleco salvavidas que viniera del exterior, cuando en realidad, ese chaleco ya lo tenía puesto. Sólo tenía que mirar en mi interior.

Y así fue como el yoga entró en mi vida. Me hizo ver que yo era la única que podía lanzarme ese chaleco, si realmente estaba dispuesta a cogerlo, a dejarme ayudar y a volver a conectarme conmigo misma.

 

Cuando me entregué al yoga, decidí también entregarme a mí misma, a ese mundo de sensaciones que había olvidado.

Debo en gran parte el haberme decidido a escribir este post, a un gran amigo al que mantendré siempre en mi corazón porque, gracias a su ayuda, algo en mí se removió por dentro. Hizo que redescubriera el poder del contacto de una persona con la otra, el gratificante placer de sentir con tu tacto cada elemento que veas y hasta el que no puedas ver. Tan sólo sintiéndolo.

Gracias querido amigo, porque como aquella vez me hiciste ver: “La línea plana ya se acabó “.

 

Ahora comienza una nueva línea  -quizás sin tantas subidas y bajadas drásticas como en aquella época, una línea que fluye suave y viva como una ola en el mar.

En ella quiero empezar a experimentar emociones de forma más consciente  y me dejarme llevar por su oleaje natural.

 

Hay muchas cosas de este mundo que no se pueden explicar, pero en mi propia experiencia, no todo necesita tener una explicación, sólo sentirlo.

“Cierra los ojos y siente”.

 

¿Y tú?

¿Te has sentido así alguna vez?

¿Qué mecanismos te han ayudado a sentir en tu vida?

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